lunes, 16 de junio de 2014


Monólogo de Teseo por Lucía Giménez

Me enteré que gracias a Poseidón, Minos se hizo el rey de Creta, éste le envió un toro para que lo sacrificara en su honor. Minos no cumplió con lo que pidió, y Poseidón se enojó y obligó a Pasifae, esposa de Minos, a enamorarse del toro. Con la ayuda de Dédalo, construyó una vaca donde Pasifae y el toro se aparearon y tuvieron al famoso Minotauro. De esta historia escuché hablar mucho, todos la comentan. Este monstruo es mitad hombre, mitad toro. Sólo se alimenta de carne humana y día a día se va haciendo más salvaje, por este motivo Minos ordeno a Dédalo a construir ese maravilloso laberinto dejando prisionero al constructor y a su hijo Ícaro.                                                                                                                 
                Les mandaba siete doncellas y siete jóvenes para que los devore, cada nueve años. Llegué a Creta y la princesa Ariadna, hija de Minos, se enamoró de mí. Es tan bella e inteligente, me casaría ya mismo con ella. Ella me propuso derrotar a su hermano, el Minotauro, a cambio de que la lleve conmigo a Atenas y la haga mi esposa. Yo acepté porque lo que más quería era estar con ella y amarla para toda la vida. 
El plan que realizó mi bella princesa, consistió en darme un ovillo de hilo y atarlo en una de las puertas del laberinto, con esto ya hecho, pude entrar al laberinto y encontrarme con el Minotauro. Estaba enfrente mío, esa fiera que era capaz de todo por devorarme. Como habían dicho el Minotauro estaba cada vez más feroz, más enojado y furioso por el solo hecho de estar encerrado en ese laberinto. Para mi él no era el culpable de estar en ese horrible lugar, sino que la culpa era de Minos por desobedecer a Poseidón. Lo miré y en sus ojos se veía el odio que tenía a todos los seres humanos. De repente se tiró encima mío, no sabía que hacer, quedé impactado. Luego me di cuenta que tenía a ese monstruo intentando devorarme y reaccioné. Le empecé a pegar y  a pegar hasta que lo maté, quedó allí tirado en el piso, agonizando, ya sin poder respirar. Agarré el hilo y así pude salir inmediatamente del laberinto. Fui el único hombre valiente capaz de entrar, por eso mismo me debe amar mi princesa Ariadna. Así fue que acompañado de unos atenienses y por Ariadna, embarcamos de vuelta hacia Atenas, hundimos los barcos cretenses para impedir que nos persiguieran. Durante el viaje, decidí desembarcar en la isla Naxos y desde ahí volví a salir sin la presencia de Ariadna. Me tuve que ir solo, abandonar a la mujer que amaba. Pero todo lo que hice fue por amor, amor hacia ella, que nada ni nadie van a poder borrar de mi corazón. Fue ella la que me enseñó a amar pero fue orden de los dioses que la abandone, ellos la quieren casar con Dioniso.                                                   
                                                                                   
Al estar llegando a Atenas, mi padre Egeo me había dicho que si volvía cambiara las velas y ponga las blancas, pero no sé lo que me distrajo y no lo hice. Así fue que mi padre al ver las velas negras pensó que yo había muerto, claramente no fue así. 

Me siento culpable por la muerte de mi padre, él se suicido lanzándose al mar, a partir de ahí el mar se llamo Mar Egeo en honor a él. Él hizo de todo por mí y de por vida le voy a estar agradecido. Luego de su muerte, heredé  el trono de Atenas, después de unos años alguien más llego a mi vida, Freda, con la que me casé y olvidé por completo a su hermana Ariadna.


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